Hay determinadas plantas que simbolizan algunos elementos que conforman nuestra fisiología, identidad y futuro. Es más, desde el antiguo Egipto ya se imaginaban cómo es nuestro jardín interior.

Estamos tan acostumbrados a la belleza de la naturaleza que nos rodea que apenas somos capaces de apreciarla y valorarla como merece. Es más, la estamos matando. Sin embargo, nunca nos imaginaríamos un mundo sin ella.

Podemos relacionar algunas plantas con ciertos componentes que nos forman como personas. Por ejemplo, la rosa blanca simboliza el amor, la orquídea la consciencia, el lirio el espíritu, el girasol la oración y la buena tierra de labranza la vida interior. Pero hay dos flores que representan lo más importante que nos conforma como seres humanos: el corazón y el alma.

El corazón

Nuestro órgano más vital está encarnado por la rosa. Como Alain Bert explica en su libro ‘El jardín de nuestro interior: símbolos de la transformación’, durante nuestro estado embrionario, las células cardíacas comienzan a funcionar al vigésimo primer día. Además, nuestra muerte supone el fin de su actuación. Para que pueda ejercer correctamente su bombeo, cada célula actúa por sí misma pero, en conjunto, es como si funcionaran todas como un único oscilador.

La relación con la rosa viene a raíz de ese hecho. Sus pétalos periféricos están orientados hacia el centro, como en el corazón, hacia el hepicentro del movimiento. Ese punto evoca la esencia, el origen, lo más esencial, la fuerza y el equilibrio. Esta relación proviene del antiguo Egipto.

Los egipcios lo denominaban Ib y, según su mitología, es una de las partes más esenciales del ser humano. Creían que todos los fluidos del cuerpo pasaban por él y, por tanto, era el único punto del cuerpo en el que confluenciaba todo. Además, creían en el Más Allá, es decir, en la vida después de la muerte. Por ello, cuando un egipcio moría, se le momificaba. Este pocreso consistía en limpiar completamente su cuerpo y lo único que permanecía era el corazón.

Según su tradición, el viaje al Más Allá terminaba con un juicio en el que se debía pesar en una balanza el corazón y una pluma de avestruz. Si lo primero pesaba más que lo segundo, significaba que la persona había llevado una vida llena de malas acciones y, por tanto, debía ser deborado por una bestia de su mitología. Si, por el contrario, el corazón pesaba menos que la pluma, se entendía que el difunto había realizado durante su vida muchas buenas acciones.

El alma

A ésta la representa la flor de loto. Es una planta acuática, normalmente relacionada con la religión budista, que simboliza la pureza y el alma.

En ocasiones, es la causante de qué pensemos cuál es el sentido de esta vida. Por ello, los egipcios consideraban que había dos tipos de alma, aunque estaba conformada por nueve partes. Ellos la denominaban Ba y es la única parte de la persona que continúa viva tras la muerte. Se representaba como un pájaro con cabeza humana porque creían que volaría para reencontrase con el Ka, lo que se traduciría como la fuerza vital que nos hace sentir vivos.

El alma se puede entender de dos maneras. Por un lado, la que tras morir asciende para después bajar trayéndole al cuerpo la luz que necesita. Por otro, la que desciende directamente para conducir al cuerpo hacia lo verdadero. Es como una vuelta a casa. Alain Bert establece una relación con otra idea importante en su libro: «la cigüena vuela muy lejos a vivir su aventura, pero vuelve siempre a su punto de partida». Al fin y al cabo, no debemos olvidar de donde venimos.